martes, 27 de octubre de 2015

La cocina como causal de divorcio


El pasado 13 de agosto leí en un periódico local esta noticia: “Una corte de Nigeria le concedió el divorcio a un hombre de 57 años quien alegó que su esposa a menudo le servía la cena demasiado tarde. “Mi esposa — dijo Olufade Adekoya, el demandante — ha fallado en sus obligaciones matrimoniales. Ella no prepara mi comida a tiempo y ya se lo había advertido varias veces, pero ella no me escuchó. No tiene sentido albergar a una esposa que me hace pasar hambre. Estoy cansado”. Definitivamente, la igualad de género no tiene espacio en la cocina, como escribíamos la semana pasada.
Hace más de ciento treinta años, el Dr. Luis Razetti, en varios escritos sobre la cocina domestica publicados en el diario La Nación, de Caracas, en 1884, había advertido sobre la necesidad de que las mujeres venezolanas aprendieran bien los oficios del hogar para que no le corrieran cosas como las de la señora Adekoya, de Nigeria.

Plato único
Comienza Razetti diciendo que en las casas particulares, incluso en las familias acomodadas, generalmente se come mal por la sencilla razón de que no hay buenas cocineras y, si las hay, son escasas, porque no existen amas de casa que sepan o quieran enseñarlas. Escribe que “en Europa el arte culinario hace parte de la educación de la mujer, aun entre las familias más distinguidas, así es que allá es muy rara el ama de casa que no sepa cocinar, y es por eso que en Europa hay tantas y buenas cocineras, porque sus amas las han enseñado. En Europa una señora se avergonzaría de no saber cocinar, mientras que una caraqueña creería rebajar su dignidad con ocuparse de la cocina, y no hacen aprender la cocina a sus hijas porque, dicen ellas, sus hijas no han nacido, ni han sido criadas, para ser cocineras”.
Hay que recordar que la Venezuela de los años ochenta del siglo XIX es la de Antonio Guzmán Blanco, cuando el país vive un proceso de organización del Estado nacional, luego de la devastación de las guerras de comienzos de siglo, en busca de la estabilidad y ordenación de la economía, siguiendo las corrientes modernizadoras europeas donde Francia era la imagen a seguir. Sus recomendaciones no son atribuibles al machismo vernáculo sino al afrancesamiento impuesto por el guzmancismo y las clases dominantes de la época y a las ideas del ideal femenino confinado al oficio culinario
Si bien la preocupación de Razetti, como médico, está marcada por la higiene y la nutrición, gran parte de su escrito encierra criterios sociales y morales dirigidos a centrar la responsabilidad de la manutención del hogar en la condición femenina de la dueña de casa, atribuyéndole equivocadamente responsabilidades por conductas condenables, exculpando a los verdaderos infractores. Aclara que esto ocurre tanto en las familias acomodadas como en las familias de artesanos más pobres que no comen mejor porque, “un ama de casa que no sepa dirigir una casa, es por lo tanto indigna del alto puesto que ocupa en su familia; pues para saber mandar, es preciso saber hacer lo que manda hacer”.
Los problemas conyugales, o parte de ellos, se deben según Razetti, a que las mujeres no saben cocinar: “Parece que las mujeres casadas venezolanas no comprenden la influencia que ejerce una buena o mala comida sobre el ánimo del marido; pues, si no comprendieran, no considerarían con tanta indiferencia despreciativa una cuestión que para una esposa europea es de mayor importancia, porque sabe demasiado que de ella depende, a veces, hasta su tranquilidad y la paz doméstica, pues en Europa, más de un marido algo delicado en materia de cocina ha llegado hasta abandonar la mujer, porque no sabía prepararle la comida a su gusto”. ¿Paz doméstica o violencia de género?
Si en la vida en pareja se presentan situaciones de violencia, también es culpa de que la esposa no sabe cocina o lo hace muy mal: “Cuando una persona ha comido bien y bebido mejor (se entiende sin emborracharse), se halla dispuesta a la expansión y a la ternura, y si tiene que trabajar lo hace con gusto y satisfacción, porque se siente fuerte y con el espíritu tranquilo. Cuando al contrario ha comido mal y con repugnancia, experimenta un malestar que la pone de malísimo humor, y entonces pobres de los que la rodean, porque habrá siempre alguna víctima, aunque no sea más que el gato que reciba, en lugar de una caricia que fue a buscar, un puntapié”. La metáfora del gato es una forma elegante de graficar lo que realmente quiere decir, que si cocinabas mal, era muy probable que recibieras unos golpes y no por culpa del gato. 

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