Felices de este bello y merecido reportaje de nuestra querida Virginia Freites, una venezolana admirable.
La
arquitecta venezolana Virginia Freites reparte su vida rescatando las obras del
pasado florentino en Italia. Fue allí a estudiar restauración, y desde hace
siete años se encarga de las obras en la villa toscana de Sting. Ahora vive
entre un palacio renacentista, un hotel que restaura y el castillo de la
familia Budini Gattai de la que es parte. El mismo lugar donde elaboran vino,
mieles y un aceite de oliva de excepción
Rosanna Di Turi 24 de marzo 2013 - 12:01 am
Hay
historias que resultan un asombro incluso para sus protagonistas. Virgina
Freites podría dar fe de ello. “Siento que vivo en las páginas de un libro”. No
porque su existencia esté exenta de esfuerzos terrenales: todo lo contrario.
Porque precisamente gracias a ellos esta arquitecta y restauradora venezolana,
criada en Mérida y crecida en Colinas de Bello Monte, puede contar qué
significa rescatar un palacio del Renacimiento de Florencia, elaborar un
exclusivo aceite de oliva y vino Chianti en un castillo, restaurar las obras de
arte de su vecino el cantante Sting, y regentar un exclusivo hotel italiano con
siglos en su haber. Y todo lo cuenta con la sencillez de quien sólo puede
agradecer y repartirse en esa agenda inusual.
Virginia
Freites se especializó en un arte de esmeros: la restauración en Italia. Y en
ella se concentra un mundo de sutilezas: trabaja con los mantos de oro que
suelen recubrir muchas obras y se resquebrajan con el peso de los siglos.
“Cuando llegué a Florencia a estudiar restauración, comencé a trabajar en las
tardes con artesanos en talleres. Todos los días tenía en mis manos objetos de
1600”, cuenta admirada.
Una
de esas tardes, apareció un hombre desesperado con una lámpara rota de vidrio.
Sus colegas negaron con la cabeza: No era su especialidad. Ella se atrevió.
“Mis compañeros italianos se burlaban. Decían: esta venezolana perdiendo el
tiempo”. Lo logró y una ventana inesperada se abrió en su destino. El
hombre de la lámpara era un emisario del arquitecto del cantante Sting quien,
sin querer, había roto el objeto que la esposa del cantante veneraba. El buen
trabajo le permitió a Freites ser desde hace siete años quien restaura las
obras y muebles de la Villa toscana donde el cantante inglés elabora vino,
practica yoga o pilates, y juega ajedrez con piezas gigantes que ella se
encarga de restaurar, junto a Budas de madera o elefantes que el famoso artista
lleva desde el Tíbet y otras latitudes.
Vivir en un palacio. El destino reservaría mayores sorpresas para Freites. “Sin querer me convertí en restauradora a domicilio”. En la cuna del Renacimiento, muchos prefieren que vaya a sus casas por temor a que sus obras sufran con el traslado. “Quienes tienen piezas de arte establecen una relación casi afectiva con ellas y no se quieren separar. Con ellos se establece un vínculo muy bonito”. Habría uno que sería fundamental. Gracias a una amiga suiza, llegó a un palacio en el centro de Florencia a restaurar una enorme obra de arte, con un marco dorado ajado por los años. “Comencé con un cuadro. Luego comenzaron a traerme escritorios del tatarabuelo. Y más cuadros. Más nunca salí”. Y no sólo por esas razones. En esa labor de esmeros conoció a los dueños del palacio, parte de 13 hermanos de los Budini Gattai, noble familia florentina con siglos de estirpe: tantos que Dante Alighieri menciona su apellido en La Divina Comedia. Entre ellos está Rodolfo, quien tras el flechazo, el noviazgo y una boda en la Mucuy en Mérida, es su esposo desde hace tres años.
Vivir en un palacio. El destino reservaría mayores sorpresas para Freites. “Sin querer me convertí en restauradora a domicilio”. En la cuna del Renacimiento, muchos prefieren que vaya a sus casas por temor a que sus obras sufran con el traslado. “Quienes tienen piezas de arte establecen una relación casi afectiva con ellas y no se quieren separar. Con ellos se establece un vínculo muy bonito”. Habría uno que sería fundamental. Gracias a una amiga suiza, llegó a un palacio en el centro de Florencia a restaurar una enorme obra de arte, con un marco dorado ajado por los años. “Comencé con un cuadro. Luego comenzaron a traerme escritorios del tatarabuelo. Y más cuadros. Más nunca salí”. Y no sólo por esas razones. En esa labor de esmeros conoció a los dueños del palacio, parte de 13 hermanos de los Budini Gattai, noble familia florentina con siglos de estirpe: tantos que Dante Alighieri menciona su apellido en La Divina Comedia. Entre ellos está Rodolfo, quien tras el flechazo, el noviazgo y una boda en la Mucuy en Mérida, es su esposo desde hace tres años.
Su
vida dio entonces un giro inesperado. “Me adapté a estas dimensiones que
para mí estaban en películas o libros de arquitectura”. El Palazzo Budini
Gattai del año 1500 con vista al Duomo de Florencia, frente a la piazza
Santísima Annunciata, que colinda, pared con pared, con el David de Miguel
Ángel, es ahora su casa parte del año. “Es patrimonio histórico: no puedo poner
ni la hamaca que adoro”. Enfrente, aguarda el hotel de la familia, el Loggiatto
dei Serviti. En esta construcción de 1500, cada cuarto es un testimonio de
historia, con camas de dinteles y objetos con pasado que la venezolana se
encarga de preservar.
Castillo por casa. Pero quizá la imagen más impactante de su cotidianidad es el enorme castillo, dirigido por su esposo, donde Freites pasa parte de su vida. “Es de 1400. Está a 45 minutos de Florencia, en plena Toscana”. La Villa I Bonsi es, desde 1800, propiedad de la familia de su esposo. Y aunque el enorme castillo asombre con su esplendor de otras épocas, ella recuerda que allí la riqueza es ajena a la ostentación, está ligada al trabajo y la historia.
Entre
pavos reales blancos que pasean orondos mientras el jardinero quiere hornearlos
en diciembre, se elaboran vinos Chianti, miel, siembran sus vegetales, se
celebran matrimonios en sus aposentos y reciben turistas en parte de las
habitaciones acondicionadas como hospedajes de agroturismo. Allí, 18.000 olivos
sirven desde tiempos inmemoriales para elaborar un aceite de oliva color
esmeralda y es envasado con la prosapia que merece en frascos que parecieran de
perfume.
Una
enorme rueda de piedra de 1500 da fe de que allí ese esmero es un tema ancestral.
“El aceite se llama Laudemio. Y surgió porque 20 familias toscanas decidieron
hacer la excelencia del aceite”. Para que el producto merezca el honor de
llevar ese bautismo, cuenta ella, es necesario que pase por los rigores de ocho
degustadores que certifiquen que tiene el color deseado, sus aromas
característicos, y el sabor que finaliza en un gustoso picor en la garganta.
La vida de Freites
se reparte en esa inagotable agenda en la que le devuelve la vida a las obras
de siglos que la rodean. “Todo es como infinito. Siento que vivo en un libro y
cada día comienzo uno nuevo. Amerita mucho esfuerzo. Pero todos los días son
mágicos”, contaba en una de las temporadas que siempre se reserva en Venezuela.
“Estoy enamorada de mi país. Y si bien vivo rodeada de esa historia en Italia,
yo me nutro acá, de esta energía”.
En el iPhone de Virgina Freites aguardan los más disímiles recuerdos. Fotos del castillo, la familia o quizá un video de Sting cuando presentó sus vinos en Toscana, contrató a un conjunto cubano que cantaba “La negra Tomasa” y tuvo que salir al rescate del micrófono, en vista de la poca pericia de la cantante. Cuando improvisó “Englishman in New York”, el percance quedó solventado
Venezuela en Florencia
Aunque tenía un castillo para casarse, Virginia Freites prefirió escaparse a la Mucuy en Mérida donde viven sus padres y celebrar un matrimonio bajo perfil. Gracias a ese gesto conoció a Xinia y Peter, su emblemática posada en Mérida, y se estableció un gustoso puente directo entre Florencia y Venezuela. “Ellos han ido y siempre tengo sus mermeladas en la nevera”. Gracias a esas conjunciones el chef Sumito Estévez se quedó allí una vez y preparó un desayuno venezolano que aún recuerda. La chef Mercedes Oropeza también estuvo de visita y se dio una empatía inmediata entre ellas. Tanto, que Freites cocina a fuego lento una gustosa idea: “Me encantaría ofrecer unas cenas venezolanas en el castillo preparadas por ellos”. Una idea que se aúpa y celebra.
En el iPhone de Virgina Freites aguardan los más disímiles recuerdos. Fotos del castillo, la familia o quizá un video de Sting cuando presentó sus vinos en Toscana, contrató a un conjunto cubano que cantaba “La negra Tomasa” y tuvo que salir al rescate del micrófono, en vista de la poca pericia de la cantante. Cuando improvisó “Englishman in New York”, el percance quedó solventado
Venezuela en Florencia
Aunque tenía un castillo para casarse, Virginia Freites prefirió escaparse a la Mucuy en Mérida donde viven sus padres y celebrar un matrimonio bajo perfil. Gracias a ese gesto conoció a Xinia y Peter, su emblemática posada en Mérida, y se estableció un gustoso puente directo entre Florencia y Venezuela. “Ellos han ido y siempre tengo sus mermeladas en la nevera”. Gracias a esas conjunciones el chef Sumito Estévez se quedó allí una vez y preparó un desayuno venezolano que aún recuerda. La chef Mercedes Oropeza también estuvo de visita y se dio una empatía inmediata entre ellas. Tanto, que Freites cocina a fuego lento una gustosa idea: “Me encantaría ofrecer unas cenas venezolanas en el castillo preparadas por ellos”. Una idea que se aúpa y celebra.
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