Oscuridad en la luz, por Francisco Itriago
Los que atendemos a los
turistas que visitan el estado Mérida planificamos por temporadas. Nos
preparamos con anticipación, cargados de esperanza y deudas, a la espera
de quienes, a pesar del evidente deterioro urbanístico y la eliminación
del aeropuerto y del teleférico, por mencionar sólo algunas
calamidades, consideran que Mérida es un destino que hay que conocer,
que vale la pena todavía.
Son muchas las razones
para considerar que el nuestro es un lugar privilegiado, aunque otros
asuntos nos impidan entender que andarse por estas tierras mágicas es
como habitar un almanaque y que el soberbio escenario donde echamos
raíces es un regalo deslumbrante.
De temporada en
temporada, a la caza de fines de semana extendidos, simplificamos el año
en unos setenta días o, con suerte, un poco más. Con verdadera vocación
ponemos todo a punto porque esperamos que cada visitante -el turista es un amigo que nos visita-
desee regresar ¡y regrese! Cada quien tendrá una foto interna, un
recuerdo indeleble, de su paso por el techo de Venezuela y de cómo fue
recibido.
Por ello deseamos hacer
pública nuestra indignación ya que, en plena temporada de Semana Santa,
sin ninguna consideración con el estado turístico de Venezuela,
continúan los apagones que la falta de previsión y la ineptitud supone
como necesarios. No es justo que los
negocios que se han agrupado con gran esfuerzo en lugares de mucho
interés e importancia, deban cerrar sus puertas a las siete de la noche,
recurriendo a la tenue luz de reivindicadas velas, cuando no a ruidosas
y contaminantes plantas eléctricas que braman al cielo el fracaso de la
falta de planificación y los recursos desplazados hacia otros
intereses. Estos apagones
“programados”, además de los costos que acarrean a los usuarios que
tienen que pagar facturas por el servicio, son otros portazos en las
narices de la multitud de visitantes que transita estas mágicas tierras.
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