Hay platos que con sólo nombrarlos provoca comerlos, aunque no los hayamos degustado nunca. ¿Quién se atreve a rechazar, por ejemplo, un vuelve a la vida? Aun sin saber de qué se trata ni que contiene, con solo oír esas cuatro palabras, vuelve a la vida, ya nos sentimos reconfortados, emocionados, más todavía cuando investigando en nuestra poesía, nos encontramos con versos como estos, de Lena Yau: “Entrar en otros / como quién entra / en las aguas / de los mares fríos / Hacer un camino / de muescas de dientes / que marcan y cuentan / Saber / decir / amor / como quien / vuelve a la vida”. Definitivamente, cuando el poder de la palabra se encuentra con el poder de la comida, suceden cosas maravillosas.
Plato único
Vuelve a la vida es un nombre surgido del ingenio popular de autor desconocido donde, seguramente sin saberlo, recoge inocentemente la esencia misma de la cocina pública cuyo objetivo de cada preparación es justamente ese, darle fuerzas al comensal, generalmente afectado por la falta de alimento, hambriento, para decirlo sin tapujos, y restaurarlo. Esas fueron las primeras palabras con que se ofreció al público el primer restaurante, cuando un cocinero francés decidió anunciar su sopa carne con el histórico “venite vos qui stomacho laboratis et ego restaurabo vos”, que se puede traducir como venid todos los de estomago cansado y yo os lo restauraré, frase que luego se redujo a una sola palabra que se extendió a todas las lenguas del mundo con el nombre de restaurante, la institución más exitosa y concurrida del planeta, donde los pueblos ofrecen lo que cocinan. Porque, ¿qué es volver a la vida? Es restaurar las fuerzas necesarias para subsistir a alguien que las ha perdido, por una hambruna prolongada, por una noche de juerga incontrolada, o, simplemente, por causa del calor que nos aplasta en cualquier playa venezolana, que es el sitio donde nació este humilde condumio popular, rico y sustancioso, imposible de rechazar que, generalmente, acompañamos con una cerveza Polar bien pero bien fría.
No hay playa venezolana sin vendedores ambulantes de cualquier cosa, especialmente de preparaciones caseras con todo tipo de condumios dulces o salados donde, entre los que se relacionan con la comida del mar, abundan las ostras frescas, los ceviches y cocteles de pescados y mariscos con una serie de nombres, algunos poéticos como el que nos ocupa, otros más prosaicos de doble intención, como si se tratara de una competencia para ver cuál golpea más, como por ejemplo “rompe colchón”, “siete potencias”, “levanta muertos”, “mata la suegra”, “rompe lycra”, etc., ofreciendo cura milagrosa para recuperar la líbido perdida, pero ninguno tan digno y noble como el que promete la resurrección para traernos nuevamente a la vida con sólo probarlo.
No hay receta única para el vuelve a la vida venezolano. Cada quien tiene la suya, pero siempre la base será mariscos, crudos o cocidos, algo de picante y mucha imaginación, sobre todo para el comensal. Fuera de su escenario natural de playa, cuando llega a la mesa pública, adquiere nuevas dimensiones si es ejecutada con profesionalismo y creatividad, como la que probé en casa de Rubén Santiago, el gran cocinero de la isla de Margarita, que incluye entre sus ingredientes unos abalones que sólo recogen en la isla de Coche, Nueva Esparta. O en Casa Bistró, de Los Palos Grandes, en Caracas, de manos del chef Francisco Abenante, justamente el día en que Lena Yau leyó su poema “saber decir amor como quien vuelve a la vida”.
El imaginario popular atribuye a los mariscos y pescados un potencial amatorio que los científicos niegan, ya que no hay comprobación oficial para asegurar el carácter afrodisíaco de ciertos alimentos. Técnicamente, no hay comida afrodisíaca, dicen los expertos, aunque existen alimentos que son más energéticos que otros que llevan a una sensación de bienestar mayor. Lo que sí es real es que toda persona bien alimentada está en mejores condiciones para cumplir sus funciones que una famélica, porque con el estómago vacío lo único que se puede hacer es comer. Desde el punto de vista simbólico, ciertas comidas tienen propiedades que culturalmente comparten determinados grupos y su efectividad depende más del grado de convicción del comensal que del alimento mismo. En conclusión, si usted cree, funciona.
Postre
Igual ocurre con el 6D. Si ustedes creen que podemos volver a la vida, funcionará.
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