lunes, 3 de agosto de 2015

El deseo de Leer

Los libros son el respaldo de nuestros conocimientos.Ilustración de Greg Newbold

Los libros son el respaldo de nuestros conocimientos.Ilustración de Greg Newbold

Si cuando se lee no se siente el deseo de hacerlo, es como ir a misa por obligación; por lo tanto no hay goce ni satisfacción en la tarea emprendida. A leer se va con todo el deseo de descubrir lo misterioso, lo desconocido, lo enigmático. Leer o ir a misa con todo el deseo, es como ir en pos del amor amado, del amor que espera y es esperado con ese goce infinito, a veces indescriptible, de vivir el goce anticipado, profundamente anhelado de saber qué es lo que va a pasar en ese encuentro en el que uno  cree estar en condiciones de ejercer ese deseo de poder, por sí mismo –porque lo siente-, emprender en una relación enormemente simbólica y ávidamente imaginaria porque nos altera los sentidos y es posible producir sentidos.
Si es así, la lectura, la misa, el amor, tienen sentido, sobre todo porque no se trata de asentir sino de imaginar. Y la imaginación es producto de la pasión, del interés, de la voluntad y del deseo estático para entrar en relación con un código (de signos gráficos) y con un afecto especial, muy personal y de un trabajo fecundo, cerebral, emocional y creador para leer desde el mejor aporte humano.
Los efectos de este deseo lector no van en una sola dirección; se trata de “una lectura plural, generadora de goce y transformaciones subjetivas e intersubjetivas, modificadora de las relaciones imaginarias, cuestionadora del orden simbólico” (Navarro, 1979, p. 89), según sea la idiosincrasia del lector que cada vez que le es posible adentrarse en el texto, proyecta en él lo que él es, lo que su realidad mundana ha hecho de él en el trayecto de su trajinar por la vida.
Por lo tanto, es desde este goce emocional e intelectual, pero con el porte de su yo, es decir de su ser, que es posible producir lectura, escritura, investigación y aprendizaje, no porque el lector se imponga alguna carga de saberes, sino porque desde el conocimiento del texto tiene la facultad de crear significados.
Y así como el deseo del amor no se queda  en el mero encuentro de la pareja (varón-mujer) que se ama, el deseo de leer no se queda  en el encuentro de la pareja lector-texto. Es decir, el deseo no se queda solo en la lectura (pasar la vista por las letras): se produce, se crea, se procrea, se recrea lectura. Esto significa que el lector no se queda en lo meramente literal. Desde el goce personal, el lector se  proyecta a lo inferencial, a lo interpretativo, a buscar lo que puede encontrar más allá de las palabras que aparecen en el texto. El lector se adentra en el goce de saborear lo oscuro hasta encontrar algún grado de claridad, de luz que le permita valorar y juzgar ese hecho lector que como producto de ese goce le promueve luego a escribir y a investigar como una gran alternativa que en el lector fluye sutil y vigorosa.
Pues, ese goce y ese disfrute lector son los que promueven el espíritu de la cultura y de la ciencia como uno de los grandes acontecimientos estelares de la humanidad.
Desde el goce lector, entonces, se puede pasar a ser autor, creador de textos, es decir, creador de significados. De manera más concreta, en el texto hay una significación y en el lector un significado. Lo bueno es que en ambos casos (autor y lector) está la voz del hombre libre que construye significados desde esa magnífica morada en la que habita el texto.

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