lunes, 20 de julio de 2015

Presté mis ojos y mis manos a Pedro León.

Todo había salido bien. Era una operación de corazón. Muy compleja,
porque había que sustituir una válvula aórtica muy dañada. Él no
quería someterse a esa intervención, aunque los médicos le dijeron que
era delicada, pero rutinaria. Fue a ella con muchas reservas, mucho
miedo. Pero no tenía otra opción, puesto que era candidato a una
muerte súbita. Y todo salió perfecto... pero unas horas después le dio
un paro cardiorrespiratorio. “Estuvo unos minutos muerto”, evoca Mara
Comerlati, su esposa, “y lo resucitaron. Volvió a la vida, pero tenía
daños irreparables. Fue un día aciago”.

De vuelta a casa, Pedro León Zapata (La Grita, Táchira, 27 de febrero
de 1929 - Caracas, 6 de febrero de 2015) tenía sus facultades mentales
intactas, pero había perdido la voz. Simplemente, no podía hablar. Y
tenía la motricidad muy comprometida. El primer año después del día
aciago podía caminar por la casa, pero no tardó en verse tan limitado
que necesitó una silla de ruedas. Luego, ni siquiera eso. Debió
mantenerse en cama e incluso las manos quedaron fuera de su control. Y
siempre consciente de todo lo que ocurría, porque la enfermedad arrasó
con todo, menos con sus capacidades intelectuales. Fue una tortura.

Vio cómo perdía todo. Menos a Mara, la caraqueña hija de italianos,
periodista egresada de la UCAB, a quien conoció cuando ella fue a
entrevistarlo como reportera de la fuente de Cultura de El Nacional y
quedó deslumbrada con él, quien le llevaba 23 años. Estuvieron cuatro
años “de amores”, como ella dice, y se casaron en 1982. Casi cuatro
décadas juntos, en las que tuvieron poquísimas discusiones. “Claro que
tuvimos desacuerdos, pero muy rara vez llegamos a pelearnos. Era muy
fácil vivir con él. Pedro León era un hombre muy serio. No era unas
castañuelas ni andaba haciendo chistes. Como dormía muy poco, se
levantaba muy temprano y se iba a su taller. Allí pasaba horas. Muy
concentrado, trabajando muchísimo y escuchando música. Y tomaba
muchísimo café”, dice Mara.

Fue ella quien le propuso seguir haciendo las caricaturas de El
Nacional, aun cuando él estuviera tan impedido. “Le dije que
necesitábamos el dinero, lo que no era mentira. Y así logré que se
mantuviera activo”, recuerda Mara.

Desarrollaron un extraordinario método de colaboración. Temprano en la
mañana, Mara le leía los periódicos y esperaba a que él le diera la
frase de la caricatura, cosa que al principio hacía con los restos de
voz que le habían quedado. Era difícil entenderle, pero se las
arreglaban. Mara siempre lo interpretaba. Ya con la frase, ella
buscaba en el inmenso archivo el dibujo que se relacionara con el
concepto y se lo mostraba a él en espera de aprobación. Cuando había
acuerdo con respecto al dibujo, Mara lo trabajaba con Photoshop,
principalmente para borrar lo que estuviera escrito anteriormente y
sustituirlo por la idea que se adaptara a la actualidad.

-Cuando se le hizo imposible articular palabras -cuenta Mara-, me
empezó a dictar letra por letra. Y cuando eso tampoco se pudo,
desarrollamos un código: él me indicaba cosas y con eso yo deducía la
letra. Por ejemplo, señalaba al piso, donde se acomodaba mi gata, y
eso era la letra G; si apuntaba al perro, era la P, al techo era la T.
Y ya con la G, yo le decía “¿Gobierno?”. Un pestañeo me lo confirmaba.
Y siempre lográbamos hacer el trabajo. Le presté mis ojos y mis manos,
porque él no podía usar los suyos y, aún así, seguía sorprendiéndome
cada vez que me dictaba la caricatura.

Así estuvieron los casi siete años que Pedro León Zapata sobrevivió al
paro posoperatorio. De hecho, hizo las caricaturas hasta 10 días antes
de su muerte, acaecida en su casa, a la una y media de la madrugada
del 6 de febrero de este año, mientras dormía.

En esos años, cuando batallaba tan duramente con el infortunio y se
mantenía ocupado aunque todas las capacidades lo habían abandonado,
con excepción de una mente alerta, Zapata fue objeto de expresiones
violentas por parte del presidente Hugo Chávez.

-No puedo decir que le resbalaban los insultos y las amenazas
-confiesa Mara Comerlati-. Una agresión del poder no es tontería.
Mucho más de un poder sin límites, como el que ejercía Chávez. Pero
trataba de no preocuparse demasiado. Y nunca modificó la línea por
estos ni otros ataques. Jamás. Para Pedro León era fundamental  la
libertad de expresarse, de hacer humor, de cuestionar al poder con sus
caricaturas. Y le afectó mucho la venta de Globovisión, porque se
informaba mucho con ese medio que entonces dejó de ver.

En varios tramos del diálogo, el rostro de Mara, una mujer rubia, de
ojos azules, se enrojece súbitamente, anuncio del llanto que combate
con la sobriedad y discreción que la caracterizan. “Es una gran
mujer”, dice Sofía Imber. “La mujer que Zapata merecía”.

-Lo extraño mucho -dice Mara-. Extraño ese ingenio sin límites. Era un
genio. Han pasado cinco meses y no lo recuerdo enfermo sino como él
era antes. He borrado esos siete años de sufrimiento y lo tengo
presente en su época espléndida. Pedro León fue un hombre valiente,
íntegro. Él me conmueve. Es mi héroe. Y sigo enamorada.

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